Lima, Perú.
Como cada año, con la llegada del calor a Lima –así como en el pasado con los cielos azules y la brisa fresca a Caracas o el frío y la caída de las hojas en Nueva York – entramos en la recta final de un año singular, y como acostumbramos desde niños, comenzamos a pensar en los deseos para el año por venir.
Aquí va nuestra particular lista de deseos para las ciudades, la obra humana por naturaleza, y en especial, para las ciudades latinoamericanas, que a sus usuales problemas, se les han sumado en este año tan particular no pocos retos adicionales.
- Que encontremos los mecanismos para que en un mundo con menos movilidad y más actividades en remoto el transporte urbano de calidad aún pueda ser viable y posible, en una región a la que, en no pocos países y ciudades, nunca terminó de llegar un servicio de transporte seguro, cómodo, predecible y confiable.
- Que las nuevas tecnologías permitan saldar una deuda histórica y el acceso remoto a servicios fundamentales facilite el que la educación y la salud tengan una cobertura universal, acerque a ciudadanos y autoridades y brinde transparencia a la gestión pública.
- Que las lecciones aprendidas de esta pandemia nos permitan recordar la importancia de los espacios públicos en las ciudades, como centro de la vida urbana y no como simple adorno o desahogo de las otras actividades.
- Que podamos sustituir las energías tradicionales por energías limpias, renovables, mientras un consumo racional y el reciclaje de mucho de lo que usamos disminuya nuestro impacto sobre el medio ambiente.
- Que podamos conservar la memoria, para no olvidar lo aprendido este año, y para preservar para futuras generaciones el legado de nuestras sociedades, el patrimonio de sociedades que se expresan en forma de edificios, espacios públicos, obras de arte, tradiciones.
- Que podamos adaptarnos a los nuevos requerimientos del mundo postindustrial, para generar la prosperidad necesaria para que los habitantes de nuestras ciudades puedan cubrir sus necesidades básicas.
- Que rescatemos el valor de la planificación urbana, como instrumento guía para la gestión de nuestras ciudades y como herramienta para conseguir el pacto social necesario para la gobernabilidad, la prosperidad, la paz y la justicia.