CDMX, Mexico.
Ya en el año de 1972 se llevaría a cabo la Conferencia Científica de las Naciones Unidas también conocida como la Primera Cumbre para la Tierra en Estocolmo, Suecia para hablar sobre las consecuencias de la industrialización, y el impacto de esta en el medio ambiente como el cambio climático.
Casi 50 años después, pasando por la Convención de Viena para la Protección de la Capa de Ozono (1985), la Perspectiva Ambiental hasta el año 2000 y más delante de las Naciones Unidas (1987); el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC de la ONU) (1988); el Protocolo de Montreal sobre la capa de ozono (1989); la Segunda Conferencia Mundial sobre el Clima (1990); La Cumbre para la Tierra (1992); el Protocolo de Kioto (1997); los Objetivos de Desarrollo del Milenio (2000); el Acuerdo de Copenhague (2009); el Acuerdo de Cancún (2010); la Enmienda de Doha (2012); el acuerdo de París (2015); los Objetivos de Desarrollo Sostenible (2015); hemos llegado a la COP26 Conferencia de las Partes de la Convención de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático que en estos momentos se está llevando a cabo en Glasgow, en Escocia. Conferencia que es considerada por una mayoría de la comunidad científica como fundamental para la supervivencia de la especie.
Los discursos, informes, conferencias, noticias falsas y no tan falsas sobre el cambio climático son una realidad, pero es más real el grado Celsius que ha aumentado el Planeta Tierra en su temperatura desde que comenzó la revolución industrial. Este aumento de la temperatura ha provocado inundaciones, sequías, deforestación, incendios y, por supuesto migraciones forzadas por parte de la población mundial, además de las pérdidas de vida animal y de la flora que implican entre otras cosas menos recursos.
La clave de la COP26 y poder frenar en parte el calentamiento de nuestro planeta es aminorar la emisión de gases que justamente provocan que la tierra se caliente. Pero para que esto se logre, no solo son necesarios los líderes mundiales reunidos y con buenas intenciones. Es necesario que tengamos un compromiso de ciudadanía global que implique que gobiernos, empresas y sociedad civil entendamos en qué peligro nos encontramos; necesitamos más energías limpias y por otro lado es imperioso que transformemos nuestros hábitos de consumo. No nos queda mucho tiempo.