A cuenta de “El juego del Calamar” y nuestros adolescentes

Ourense, España.

A raíz del estreno de la serie “El Juego del Calamar”, en muchos foros se preguntan qué nivel de influencia tiene que nuestros jóvenes visionen contenidos violentos y qué es más conveniente hacer al respecto.

Lógicamente, estos contenidos influyen, pero el peso específico que tenga esa influencia dependerá de múltiples variables. Algunas tienen que ver con el individuo en sí, como su personalidad y su nivel de madurez mental; otras son ambientales, como el tipo de relaciones familiares que predominan, su vinculación afectiva y el tipo de modelos de referencia; otros factores tienen que ver con la forma de consumir esos contenidos, el tiempo que se les dedica y el nivel de violencia al que se expone.

Es sabido que la adolescencia es una etapa de experimentación, de atracción por lo prohibido, y de seguir los usos y modas de los iguales. Los contenidos violentos son frecuentes en series, video juegos y películas. No queremos que nuestros jóvenes vean como “normales” determinados modelos y estereotipos. Por otra parte, tenemos difícil supervisar lo que visionan o consumen porque, aunque no lo hagan con nosotros, lo van a hacer fuera, si quieren.

Con respecto a qué podemos hacer, quizá, en vez de gastar la energía en prohibir unos contenidos que se escapan de nuestro control, podemos focalizarnos en ser el contrapunto a toda esa información que llega de fuera. Interesa que contemplen otras perspectivas, que les ayudemos a desarrollar el pensamiento crítico y a potenciar la empatía y cualquier valor dirigido a la mejora como individuos y como sociedad.

Lo que podemos prohibir a crianzas de 7 o 9 años, se hace más complicado con jóvenes de 14 o 16. Si bien siguen requiriendo del soporte adulto, necesitamos adaptar nuestras habilidades parentales y compatibilizar la autoridad y la responsabilidad que tenemos con una comunicación fluida y donde el debate y la negociación sean más frecuentes que la imposición unilateral.

No me canso de repetir que una comunicación familiar fluida es protectora de conductas de riesgo en la juventud y así lo corroboran múltiples estudios.

No es la panacea, pero es un factor muy relevante en el desarrollo personal. Es lógico que nos preocupemos por las influencias externas, pero seguramente sea más útil centrarnos en los aspectos sobre los que tenemos capacidad de manejo, como es la forma de relacionarnos con nuestros jóvenes. Y eso, aunque no lo parezca, tiene demostrada su gran capacidad de influencia. Aprovechémosla.

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