Barcelona, España. Todos somos conscientes que el momento actual es de gran incertidumbre sobre el futuro que nos depara, lo que, sin embargo, no nos libera de la obligación de pensar cómo adaptarnos a la nueva realidad y, específicamente, como planificar la movilidad de nuestras ciudades.
Para los que llevamos años promoviendo el uso del transporte público como el medio más eficiente y menos contaminante, lo que empezamos a llamar la “nueva normalidad” parece conspirar a favor de los vehículos privados; capaces de aislarnos de los demás y ofrecernos rapidez, seguridad, y una higiene completamente controlada e individualizada.
Sin embargo, es seguramente ahora cuando más necesario es el transporte colectivo en nuestras ciudades, y cuando más puede hacer por la recuperación de un mayor espacio vital para las personas, bajo condiciones de seguridad garantizadas por empresas operadoras responsables, y sometidas a procedimientos de control por parte de los entes concedentes.
La oportunidad a corto plazo viene de la necesidad de compensar eficientemente la distancia de seguridad que debemos implantar al interior de los autobuses, con mayores velocidades en la red de transporte urbano, que permitan recuperar la reducción de ingresos tarifarios a través de nuevas rutas expresas y semi-expresas en carriles reservados sobre la vialidad urbana.
La apropiación de más superficie de la vialidad urbana para carriles exclusivos ofrecerá mayores alternativas a los viajeros en función de su destino y su urgencia, y rescatará nuevas áreas para los peatones en convivencia con los modos de transporte colectivos. Solo así podremos evitar el regreso del tráfico caótico a nuestras ciudades y la visión egocéntrica de la movilidad urbana.
No resolveremos los problemas de la movilidad empeñados en perpetuar los hábitos de hipermovilidad. Enfrentados a la sustentabilidad y ante las circunstancias de la pandemia, la única opción es la reducción de la movilidad forzada, motor de la parálisis urbana. Pues ni el transporte masivo, ni la micromovilidad, ni la movilidad no motorizada, menos aún el auto, pueden enfrentar la saturación del sistema producto de la sobrepoblación urbana.