Barcelona, España.
En las últimas semanas varias prestigiosas empresas farmacéuticas nos han comunicado la exitosa finalización de sus ensayos clínicos a gran escala, con resultados muy prometedores para el definitivo control de la pandemia del COVID-19. Previsiblemente, a principios de 2021 otras vacunas se unirán a este grupo inicial y nos permitirán disponer de al menos media docena de opciones eficaces y confiables.
Se abre así, gracias al trabajo de muchos médicos y científicos, una luz al final del túnel que ha condicionado nuestras vidas durante este largo 2020. En este momento, en el que los gobiernos empiezan a hacer planes de vacunación masivos, es el turno de afrontar el desafío logístico de la vacunación global.
El reto logístico es enorme, a la altura de las cifras de la pandemia: vacunar a 8 mil millones de personas y, previsiblemente, administrar al menos dos dosis a cada habitante del planeta, sin descuidar el registro de sus efectos y resultados, supone un esfuerzo de unas dimensiones nunca conocidas en la historia de la Humanidad.
Las dificultades logísticas comienzan con los requisitos que imponen las propias vacunas: transportar, almacenar y distribuir fármacos basados en las innovadoras vacunas de ARN mensajero, implica asegurar una cadena de frío estable a -20 C o – 70 C, soportada por centros de distribución que dispongan de ultracongeladores, lo que sólo está al alcance de apenas unos 25 países, por lo que en el resto deberán optar por las tradicionales vacunas basadas en vectores virales y subunidades proteicas o similares.
Por suerte, el sistema logístico farmacológico está habituado a gestionar vacunas convencionales con necesidades de traslado de – 2 C a 10 C en la gran mayoría de las regiones del mundo. Los problemas, como es habitual, se concentran en la última milla y, muy específicamente, en el tránsito aeroportuario y en la disponibilidad de camiones refrigerados suficientes y bien mantenidos.
Tampoco es menor el reto del packaging: será necesario diferenciar el empaquetado del número de viales de vacunas que irán a los grandes hospitales, de los que finalizarán su recorrido en pequeños centros de salud sin capacidad de almacenaje o refrigeración, o de los dirigidos a farmacias o a un número concreto de residentes en los centros de atención a personas mayores.
Cada caja de vacunas deberá contar, igualmente, con los respectivos prospectos e instrucciones, y se consolidarán en pallets de tamaños uniformes de 2.000 a 9.000 vacunas, para ser transportados por avión o camiones de las fábricas a los almacenes de distribución en cada país, desde donde llegarán a sus destinos finales.
Probablemente, será necesario contar con toda la flota de aviones cargueros disponibles a nivel global, para poder realizar los más de 10.000 vuelos que deberán distribuir unas 60.000 toneladas de vacunas desde los centros de producción hacia todo el mundo. El impacto de esta logística sobre el resto de la carga aérea será significativo durante varios meses.
Un último componente que no deberá descuidarse es la logística inversa y la trazabilidad de los envíos. El packaging producirá grandes cantidades de residuos como: viales de cristal, cartón de alta resistencia, plásticos para flejado, compartimientos para el hielo seco y otros aislantes térmicos, envoltorios, y material impreso de los prospectos; que, probablemente, habrán estado en contacto con el virus, y deberán ser cuidadosamente retirados y, en lo posible, retornados a los centros de producción para ser reciclados o destruidos.
Por suerte, todos estos retos logísticos ya están en marcha y, tanto las farmacéuticas, como los gobiernos y sus sistemas de salud, y los operadores globales, llevan tiempo preparándose y evaluando diferentes escenarios y alternativas de preservación, para que este enorme esfuerzo de distribución sea un éxito, y que cada persona pueda acceder a las vacunas de manera igualitaria y a un costo razonable. Esperamos todos que así sea.