Madrid, España.
El mundo entero espera con impaciencia una vacuna que llegue y salve al mundo de esta grave pandemia que ha entrado en nuestras vidas como un huracán. Son muchos los científicos y profesionales que llevan trabajando incansablemente desde hace casi un año con este fin y estoy segura de que pronto presentarán resultados maravillosos. Pero no solo en la ciencia está la solución a esta crisis, sino que otros campos, como el de la educación, también tienen mucho que aportar para superarla y para evitar que algo así vuelva a suceder. Parece que la vacuna más duradera contra el coronavirus no saldrá solo de los laboratorios, sino del reto de aprender, como sociedad, a superar juntos situaciones como esta y futuras y nuevas amenazas.
Todos los docentes y profesionales de la educación de España y del mundo llevamos trabajando día a día intensamente para ser capaces de dar enseñanzas útiles a los niños acerca de esta situación. Les hemos enseñado a llevar más higiene, a realizar comportamientos que los protejan, a lidiar, a su manera, contra un virus al que nadie realmente conoce. Sin embargo, ¿les estamos enseñando a que sean valientes? ¿A que asuman el cambio que va a traer esta situación, a que aprendan a defenderse, a gestionar su miedo, a diseñar un plan b, a seguir siendo felices? Nuestras decisiones de ahora, la forma en la que ahora les eduquemos, determinará la fortaleza de las generaciones del futuro. En estos momentos, no solo estamos enfrentándonos a un virus, también estamos moldeando la capacidad de nuestros hijos a afrontar, con más eficacia y mejores resultados, las posibles crisis sanitarias o de otro tipo que puedan sobrellevarles dentro de unos años.
Si algo nos han enseñado estos diez meses de pandemia, es que la “normalidad” tal como la entendíamos, no va a volver una buena mañana como si tal cosa. Todo va a cambiar. Muchos cambios que hemos adoptado para protegernos de esta amenaza seguirán y no hablo de los protocolos, sino de algo mucho más profundo: la mentalidad. En marzo cambió para siempre la forma de estudiar, de educar, de relacionarnos, de ser solidarios. Cambió nuestra forma de mostrar afecto, de disfrutar, de reír. El reto (para nosotros y para nuestros niños) es saber asumir este cambio de la mejor manera posible: con valor. Dejando a un lado el miedo y el pesimismo, la nostalgia a los tiempos pasados, o el lamento. Las cosas han cambiado, ¿y qué? Podemos sacar una lectura positiva de esta transformación, corregir lo que hacíamos mal, mirar el cambio a la cara, enseñar a los niños que es importante aprender a adaptarse y ser valientes, ser líderes, ser resolutivos. Podemos esperar eternamente la vacuna perfecta o podemos, mientras aguardamos a que los científicos hagan su trabajo, moldearnos a la situación y no olvidarnos de decir a nuestros niños que la vida no se pone en pausa, que sigan aprendiendo, experimentando, viviendo y riendo.
El miedo es común a los seres humanos, y es fácil ser presa del mismo ante una situación tan dramática como la que vivimos, pero también hay otros valores que, asimismo, son comunes: los valores más sólidos y básicos para la sociedad. Hablamos de la empatía, la solidaridad, el respeto y la fortaleza de una comunidad unida. Lo esencial permanece. Si desarrollamos estos valores, los ponemos en práctica y educamos en ellos, no solo saldremos más rápido de esta crisis, sino que estaremos convirtiéndonos en una sociedad mucho más fuerte para los problemas que puedan venir en el futuro.
Ponte en la piel de los demás, desarrolla el valor, aparta el miedo, sé solidario y considerado, intenta estar positivo, pese a las adversidades. Y recuerda que cuidar nuestra salud mental es también cuidar la de los más jóvenes. La educación, por tanto, no puede detenerse y, tan pronto como comprendamos el arma tan importante que es para luchar contra esta pandemia, habremos ganado una importante batalla contra el virus y su devastador efecto.