La policía de la nueva realidad

Lima, Peru.

Estamos en una época de cambios, qué duda cabe.

En los últimos meses se han planteado cambios respecto a cómo trabajamos, cómo estudiamos, cómo nos movemos, dónde vivimos, que energía usamos, cómo curamos nuestras enfermedades, a quiénes hacemos estatuas, cómo diseñamos nuestras casas, cómo pagamos nuestros consumos, cómo funcionan los restaurantes, bancos, bibliotecas y museos, entre otras instituciones que forman parte de nuestra vida cotidiana.

Pero uno de los cambios más sorprendentes que se han planteado en este año singular tiene que ver con una de las instituciones paradigmáticas de la función pública y de la vida urbana. Varias ciudades norteamericanas están considerando la desaparición de sus departamentos de policía.

Desde la perspectiva de Latinoamérica, la sola propuesta resulta sorprendente. Por ejemplo, en Perú en el año 2019 la seguridad ciudadana era el problema más relevante en el 64% de los distritos del país y estaba entre los 3 primeros problemas en el 96% de los distritos peruanos.

Dicha situación se repetía con matices en casi todos los países de la región. Como respuesta a ese requerimiento ciudadano, las soluciones planteadas por autoridades y reclamadas por los ciudadanos en Latinoamérica suelen ir de la mano: más policías, más presupuesto para los departamentos de policía, más equipamiento y más entrenamiento, más policías que vigilen a los policías para evitar la corrupción, además de repetir periódicamente las teorías aplicadas mejor y peor en distintos sitios, como la de la ventana rota  que se asocia a la reducción de la delincuencia en Nueva York en las décadas finales del siglo pasado.

Quienes están proponiendo la desaparición de los departamentos de policía en ciudades como Minneapolis o quienes proponen reducir drásticamente los presupuestos que se asignan a la policía para destinar esos recursos a otras áreas, como vivienda, cultura o servicios sociales, se basan en el supuesto de que mejorando la situación socioeconómica de las familias, empoderando a las comunidades, incrementando la educación y el apoyo de especialistas tales como médicos y psicólogos, pueden atenderse la mayoría de los casos que hoy son asignados a la policía.

Desde varias instancias se ha planteado, inclusive, la desaparición de las series de televisión en las cuales se ensalza el rol de la policía en la sociedad.

¿Es aplicable este nuevo enfoque en nuestras sociedades latinoamericanas?, con su carga de violencia y desintegración social. La primera reacción apunta a decir que no; sin embargo, ¿no es acaso el sistema de seguridad “autogestionada” que se propone en estos días en Estados Unidos  la realidad de muchas barriadas pobres de Lima, Caracas, Bogotá o Ciudad de México, en las cuales sus habitantes no cuentan con apoyo de servicios policiales y donde los problemas son afrontados en el mejor de los casos por líderes comunitarios, trabajadores sociales o funcionarios municipales?

 

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