Talavera de la Reina, Toledo-España.
Atravesamos una época en la que todo se está volviendo líquido, resbaladizo, sobre todo las palabras y su significado.
Es uno de los recursos que utilizan los políticos neoliberales para cambiar la semántica de determinadas palabras y hacerlas suyas, sobre todo de aquellas que hasta ahora habían sido luz y guía de los sometidos, los explotados y los desheredados de la tierra; esa gente que lleva años figurando como trampantojos colgados de las paredes de la historia.
El impulso que le dieron al sistema capitalista con la sociedad de consumo, hizo que la pobreza y la exclusión parecieran cosa del pasado y de países subdesarrollados (mejor cabría decir aplastados por la bota de sus viejos colonizadores).
Sin embargo vemos ahora que siguen ahí, en la triste realidad y en la tozudez de las encuestas. Pero la historia también tiene sus retornos y estamos viendo en el momento actual cómo en diversos países, -sobre todo de América latina-, la gente, los humildes y las clases más desfavorecidas, hartos de flagrantes desigualdades, de latrocinios y de miseria, empiezan con su voto a querer cambiar la situación y lo quieren hacer democráticamente.
Pero a la oligarquía y a los esbirros del imperio no les viene bien y hacen todo lo posible por sabotearlo y corromperlo. Estoy pensando ahora mismo en el Perú, en Argentina, en Chile, en Bolivia, en Ecuador, en Nicaragua, en el Salvador, en México y en la pobre gente de Colombia asesinados por su propio gobierno con la anuencia y el silencio del imperio, de la unión europea, de la O.E.A tinta en sangre. No lo tienen fácil, no señor, ni por las buenas.
Y aquí es donde las palabras empiezan a cambiar de bando. Libertad, democracia, comunismo. Siempre entendimos la libertad como sinónimo de romper cadenas, no solo las que nos imponían las dictaduras sino también aquellas otras más sutiles y camufladas que la socialdemocracia nos ha ido colando de rondón: el paro forzoso, el trabajo precario, la deshumanización y la falta de expectativas, el miedo al desahucio, la usura y el sálvese quién pueda.
Todo esto también son cadenas; sin embargo para las élites burguesas y oligárquicas la libertad parece ser el que nadie coarte sus ansias de poder, un poder que dios estableció para ellos y así decidir sobre las vidas de los demás.
Otra palabra inquietante, el comunismo, que perdido su verdadero sentido ( comunidad, comuna) se ha convertido en la fosa séptica de la que salen todos los males y todos los malos y a la que están condenados todos aquellos que pretendan en lo más mínimo cambiar el orden establecido, aunque lo único que pretendan sea implantar un mejor reparto de la riqueza, acabar con la corrupción sistémica y la exclusión social.
Comunismo no debería ser sinónimo de soviético, como tampoco es comunismo el régimen actual chino, en todo caso un imperialismo autocrático.
Por último, la palabra democracia; si nos atenemos a la definición que nos da el diccionario veremos que dice: sistema político que defiende la soberanía del pueblo y el derecho del pueblo a elegir y controlar a sus gobernantes. ¿qué hay de cierto de todo esto en nuestras democracias? Muy poco o casi nada sobre todo en lo que se refiere al control por parte del pueblo.
Todo está mediatizado y fuertemente influenciado por la propaganda de los medios financieros y oligárquicos que son quienes controlan los medios de información y a la postre los que se llevan el agua a su molino.
Ya solamente decir que para opinar con objetividad es necesario a veces bajarse a la arena, dejar por un momento el bienestar que nos arropa y mirar un poco más lejos de nuestro ombligo y dar visibilidad a esos miles y miles de personas ( cada vez más) que se hacinan alrededor de las ciudades o en el interior de ellas con la amenaza del hambre y la exclusión y el desahucio, o a los que sobreviven en el campo con el estigma de la incultura y la amenaza de un ominoso olvido.