Talavera de la Reina, España. Esta pandemia podría haber sido una buena ocasión para que en la sociedad se produjera un cambio de mentalidad, de manera de pensar y una concienciación más clara de lo que se nos viene encima, pero todo es inútil. ¿Nueva normalidad, dices? No, no, no, queremos la normalidad de siempre, que nos devuelvan a los tiempos felices de la precariedad, de los desahucios, del latrocinio de las élites políticas del desempleo masivo, porque claro está que ésta es la normalidad de la que venimos.
Quizás no tengan esta percepción aquellos que continúan instalados en la comodidad de un empleo vitalicio (recordemos que somos un país de funcionarios y covachuelistas) y aquellas empresas que directa o indirectamente viven de las subvenciones y del dinero público (planes renove, enseñanza concertada, planes de empleo, etc.…) Y nada importa que en breve plazo las cosas se agraven, que lo harán, seguiremos apostando por un sistema que ya lleva años dando síntomas de agotamiento y que se muestra incapaz de dar soluciones, tanto a nivel global como local. Ya no sirve echarles la culpa a los gobiernos.
El binomio Estado-empresa privada que fueron los puntales sobre los que se asentó la sociedad a partir de finales del XIX, ya no funciona. Ni funcionan las empresas ni funcionan los estados. Las empresas, tanto grandes como pequeñas, tenían una identidad, una logística, ocupaban un espacio real entre nosotros; ahora al menor contratiempo, cambian de ubicación buscando zonas con menos conflictividad y mano de obra mucho más barata dejando en la cuneta sin el menor pudor, a miles de obreros.
Esta forma de plantearnos la productividad y la economía sirvió para despoblar poco a poco el espacio rural; gentes que veían más cómodo un trabajo con horario fijo y un sueldo regular todos los meses que el trabajo de sol a sol en el campo.
Así pues hoy tenemos por un lado un campo mayormente vacío y por otro, grandes extensiones sobreexplotadas que acaparan todos los recursos. Luego nos encontramos con un tejido empresarial cada día más precario y menos competitivo que, un día sí y otro también, reclama ayudas de las diferentes administraciones. Algún día nos tendremos que poner (más temprano que tarde) a buscar el camino de regreso, no queda más remedio. Pero quizás cuando nos decidamos ya sea demasiado tarde, y ya sabemos: ” después de la burra muerta, la cebada al rabo”.