Talavera de la Reina, Toledo-España.
¿Está en cuestión, en España, la libertad de expresión? Yo creo que no. El derecho a expresar y difundir libremente los pensamientos, ideas y opiniones mediante la palabra, el escrito o cualquier otro medio de reproducción está recogido en el artículo 20.1 de la Constitución Española y en su vertiente artística en el mismo artículo 20.2. Por tanto, la Libertad de Expresión goza de la protección jurídica y material que este reconocimiento constitucional le confiere.
Otra cosa es si bajo el amparo de la libertad de expresión cabe todo, incluso acciones o manifestaciones que lleguen a rebasar los límites de este derecho; o que objetivamente puedan estar recogidas como delito en el articulado del Código Penal. El derecho a la libertad de expresión, como cualquier otro derecho fundamental, también tiene sus límites y rebasarlos puede y debe ser sancionado en interés de una convivencia social pacífica.
Donde situar los límites del Derecho a la Libertad de Expresión, es otro debate. Un debate, diría yo, necesario e importante que habría de afrontarse con sosiego, sin violencia añadida y cuanto antes mejor. Pero ya se sabe, lo urgente no deja tiempo para lo importante.
Pero volvamos al principio. Entonces, si la libertad de expresión no está en cuestión: ¿Cómo se explican las numerosas manifestaciones, la crispación y los actos violentos que se están produciendo en numerosas ciudades españolas en los últimos días?
Pues es muy difícil de explicar esta situación argumentando ataques institucionales a la libertad de expresión. Pablo Hasél, el personaje de referencia y cuya libertad se solicita, no está en prisión porque se haya cuestionado su derecho a la libertad de expresión. Está en prisión por haber realizado varias y sucesivas actuaciones o conductas que sí están tipificadas como delitos: enaltecimiento del terrorismo, obstrucción a la justicia, agresión a personas (periodistas incluidos- ¿qué contradicción, no?) y amenazas.
Ahora bien; si para intentar explicar esta situación metemos en una coctelera varios ingredientes y los mezclamos, quizá podamos empezar a entenderla; aunque no a justificarla, al menos desde mi punto de vista.
El primer ingrediente, pero no necesariamente el más importante y desde luego no el más determinante, es el cansancio acumulado de la sociedad española, especialmente de los sectores más jóvenes, por los efectos limitadores de la pandemia que nos afecta.
El segundo ingrediente lo encontramos en el aprovechamiento interesado de la situación, como estrategia y posicionamiento político-electoral, por uno de los dos partidos que conforman la coalición de Gobierno en España.
El tercero podríamos identificarlo con el permanente estado de frustración en que se encuentra la población joven española que viene siendo víctima de sucesivas crisis; y cuyas expectativas de futuro no parecen muy favorables.
Quizá tampoco sea un ingrediente ajeno a lo que está pasando, la situación social, política y económica que atraviesa la parte del territorio más afectada por esas manifestaciones: Cataluña. Pues es allí donde las manifestaciones y actos violentos son continuos y más importantes.
Y por último, y aquí hago manifestación expresa de no situarme en la teoría de la conspiración, está la incógnita permanente de ¿quién está detrás de todas las manifestaciones que, convocadas de forma pacífica, acaban con enfrentamientos con las fuerzas policiales, con deterioro del mobiliario urbano, ataques a sedes de entidades bancarias e instituciones y con saqueos a establecimientos comerciales de relevancia significativa?
Evidentemente, identificar y ponderar todos estos ingredientes y aún otros que puede haber, resulta complicado.