La Rioja, España.
El tiempo ha dejado de existir. Ahora tan solo existe una sucesión de tareas, entretenimiento banal (de ese que abotarga) y trabajo. Sin espacio entre unos y otros, sin hueco, sin tiempo.
La sobre-estimulación a la que nos sometemos a nosotros mismos es tal que ya nunca hay tiempo para la reflexión, y mucho menos, para la contemplación.
La comida ha dejado de saborearse, ahora se engulle. Y las series han dejado de verse capítulo a capítulo, ahora se ven por temporadas enteras.
Demasiado rápido hacia ninguna parte.
Nuestros días se rigen por el horror vacui. Ese miedo al vacío que nos impide parar a saborear los momentos, a contemplar el paisaje y a buscar soluciones a los problemas más allá de los síntomas.
No dudamos en sustituir un pantalón roto por otro nuevo en lugar de llevarlo al sastre, y sin embargo, nos empeñamos en parchear, una y otra vez, una carretera que no nos lleva a donde queremos estar.
Elegimos, reiteradamente, la carretera llena de baches, obsoleta y con claro riesgo de derrumbe, a la opción de construir desde cero y con consciencia un nuevo camino acorde a las necesidades, inquietudes y valores actuales.
Un nuevo camino que no solo nos lleve a donde queremos, sino que también nos haya disfrutar del recorrido.
No obstante, mientras haya comida que engullir y series que ver a temporadas completas, nunca habrá tiempo para cuestionarse hacia donde nos lleva esta carretera y en qué condiciones la estamos recorriendo.
Una reflexión muy acertada sobre nuestra penosa realidad.