Talavera de la Reina-Toledo, España.
Recuerdo que era invierno; entramos en un bar del barrio húmedo. Un desconocido, joven como nosotros (rondábamos los veinte años), nos invitó a compartir su mesa. Era una mesa larga de tablas ensambladas, toscas, y de bancos corridos. El chaval tenía a su lado una guitarra vieja a la que le faltaba la prima (según nos dijo, se le acababa de romper).
La guitarra nos llevó a hablar de canciones y con las canciones salieron a la luz nuestras diferencias. Intenté tocar “el acorazado Potemkim” de Jean Ferrat por dármelas de progre, pero sin aquella cuerda que faltaba fue misión imposible.
Alguien apuntó a mis espaldas: “toca una de los Beatles, que a ti te gustan”. No puedo – contesté- ni sé ingles ni ganas tengo de aprender; siempre he sido reacio a aprender las lenguas imperiales y cuando me recuerdan que también nosotros fuimos imperio, me atropello al hablar y me atraganto con mis propias palabras.